miércoles, setiembre 28, 2005

Empezando el día

Al amanecer, treinta jóvenes salieron corriendo al claro del bosque, se ubicaron cara al sol y empezaron a inclinarse, saludar, postrarse, levantar los brazos, arrodillarse. Y así durante un cuarto de hora.
Si los miráramos desde lejos podríamos creer que están rezando.
Actualmente a nadie le extraña que el hombre sirva cada día a su cuerpo con paciencia y atención.
Pero qué ofendidos estarían todos si sirviera de esta manera a su espíritu.
No, no era una oración. Era la gimnasia matutina.

Alejandro [Alexander] Solyenitzin, Cuentos en miniatura, Emecé Editores, Buenos Aires 1968, p. 15.

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