martes, setiembre 29, 2009

Fe y Razón cumple 10 años - Entrevista en InfoCatólica

Ayer el portal español InfoCatólica publicó una entrevista a Daniel Iglesias Grèzes, uno de los tres fundadores y responsables del sitio web "Fe y Razón". Dicha entrevista está centrada en el tema del 10º aniversario de "Fe y Razón". Se puede acceder a ella haciendo clic en el título de esta entrada.

sábado, setiembre 26, 2009

Jornada Conmemorativa del 10° aniversario de Fe y Razón


Tenemos el agrado de informar que el miércoles 4 de noviembre de 2009, de 19:00 a 22:00, en el Aula Magna “Pablo VI” de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler” (San Juan 2666 casi San Fructuoso - Montevideo), tendrá lugar la Jornada Conmemorativa del 10° aniversario de Fe y Razón (www.feyrazon.org), bajo el lema “Hacia una nueva evangelización de la cultura”.

Este evento académico, el primero que organiza el Centro Cultural Católico “Fe y Razón”, comenzará con unas palabras de bienvenida a cargo del Pbro. Dr. Antonio Bonzani, Rector de la Facultad de Teología del Uruguay, y continuará con diversas ponencias, a cargo de los siguientes expositores: Pbro. Dr. Miguel Barriola (Miembro de la Pontificia Comisión Bíblica), Dr. Pedro Gaudiano (Docente de la Facultad de Teología del Uruguay), Dr. Gustavo Ordoqui (Miembro de la Pontificia Academia Pro Vida), Pbro. Miguel Pastorino (Director del Departamento de Comunicación Social de la Arquidiócesis de Montevideo), Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez y Diác. Jorge Novoa (Co-Directores de Fe y Razón).

Haciendo clic en el título de esta entrada, se accede a la agenda completa del evento.

Desde ya invitamos cordialmente a la Jornada a todos los lectores y amigos de Fe y Razón.

Equipo de Dirección de Fe y Razón

sábado, setiembre 19, 2009

Sobre esta Roca


Daniel Iglesias Grèzes

La apologética es la ciencia que demuestra racionalmente la credibilidad de la fe y defiende a la fe de los ataques que pretenden invalidarla o desestimarla. Lamentablemente, después del Concilio Vaticano II la apologética católica sufrió un eclipse muy notorio y casi generalizado, debido a influjos protestantizantes y liberalizantes en el pensamiento católico. Los protestantes tienden a ver a la apologética como una de las “obras” humanas -contrapuestas a la gracia de Dios y a la fe (“sola gracia” y “sola fe” son principios protestantes)- que no pueden contribuir a la salvación del hombre. Los liberales tienden a ver a la apologética como un intento intolerante o fanático de imponer la propia fe a los no creyentes, opuesto al espíritu de diálogo y a la convivencia pacífica. En la perspectiva católica, en cambio, el hombre contribuye a la obra divina de la redención, por medio de su respuesta libre a la gracia de Dios (respuesta que, también ella, si es positiva, es obra de la gracia); y resulta sumamente lógico y “natural” que el cristiano procure compartir con los demás la alegría de la fe y la esperanza de la salvación, sin recurrir a violencia alguna, confiando en la fuerza intrínseca de la verdad revelada por Dios en Cristo.

La Providencia ha querido preservar a la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América de la aludida crisis general de la apologética católica. En realidad, en Estados Unidos la apologética católica no sólo ha sido conservada, sino que ha vuelto a florecer en las últimas décadas, por medio de las obras de Karl Keating, Scott Hahn y muchos otros magníficos apologistas católicos. En este artículo quiero comentar brevemente un libro de uno de los principales exponentes del vibrante ambiente de la apologética católica norteamericana: Stephen K. Ray, Upon this Rock. St. Peter and the Primacy of Rome in Scripture and the Early Church, Ignatius Press, San Francisco, 1999.

Stephen K. Ray, un protestante evangélico convertido al catolicismo, considera a la autoridad eclesiástica como el problema central que separa a los protestantes de los católicos. En este libro, Ray presenta de un modo sintético pero muy completo los principales testimonios de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia acerca del primado de Pedro y del Papa en la Iglesia de Cristo. Los argumentos presentados por Ray son muy fuertes y convincentes, al punto que la lectura de este libro ha impulsado a unos cuantos protestantes a convertirse al catolicismo.

El libro en cuestión tiene tres partes. La Parte 1 contiene un estudio bíblico y un estudio histórico sobre el Apóstol Pedro y una refutación de los argumentos protestantes contra el primado de Pedro. La Parte 2 trata sobre la continuación del primado de Pedro en la Sede de Roma, mostrando que los documentos de los primeros cinco siglos de la era cristiana revelan de un modo abrumador una visión católica del primado del Papa (el Obispo de Roma) en la Iglesia universal, primado no sólo de honor, sino también de jurisdicción. En la Parte 3 el autor presenta la enseñanza actual de la Iglesia Católica sobre el primado del Papa y su concordancia con la doctrina de la Iglesia de los Apóstoles y de los Padres. Además el libro contiene dos apéndices. El Apéndice A es una lista cronológica de los Papas. El Apéndice B (una de las partes más interesantes del libro) presenta las bases vétero-testamentarias del primado y de la sucesión de San Pedro.

Dado que es imposible resumir en un breve artículo como éste toda la riqueza de la información contenida en esta obra, me limitaré a presentar algunos aspectos de la moderna exégesis del célebre pasaje del Evangelio en el cual Jesucristo designa a Pedro como cabeza visible de Su Iglesia:

“Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»” (Mateo 16,13-19).

A continuación resumo algunos de los puntos desarrollados por Ray en el libro citado:

1. El lugar elegido por Jesús para suscitar la confesión de Pedro es altamente significativo. La ciudad de Cesarea de Filipo estaba ubicada sobre una montaña alta y escarpada, coronada por un templo que el rey Herodes mandó construir en honor al emperador romano César Augusto, junto a un abrupto acantilado rocoso. Debajo de ese acantilado hay una inmensa caverna, de la cual fluye un río. Esa cueva era un antiguo santuario pagano dedicado a Pan, el dios de los pastores y los rebaños de la antigua Grecia. De ahí que esa ciudad se llamara anteriormente Paneas. Jesús, el verdadero Dios de los pastores y los rebaños, eligió precisamente ese lugar para establecer el fundamento de su reino divino, en oposición al reino mundano de los emperadores romanos, que pretendían ser adorados como dioses. El río que nace bajo la gran roca de Cesarea de Filipo (símbolo del apóstol Pedro, la Roca de la Iglesia) es el Jordán, símbolo de la vida de la gracia y la salvación transmitida por la Iglesia de Cristo.

2. En griego (el idioma en que está escrito el Evangelio de Mateo), “Pedro” (“Petros”) y “piedra” (“petra”) son la misma palabra. “Petros” es la forma femenina de “petra”. Además, en arameo (el idioma hablado por Jesús y los Apóstoles), ambas expresiones corresponden a la misma palabra (“Kepha”, transliterada al griego como “Cephas”). “Pedro” no existía como nombre antes de Cristo. Hoy se reconoce como evidente que Jesús empleó un juego de palabras para cambiar el nombre de Simón Bar-Jona por el de Pedro, para significar un cambio de su misión. Los cambios de nombre tenían gran importancia en la cultura del antiguo Israel. El precedente bíblico principal es el caso de Abram (“padre”), a quien Dios renombró como Abraham (“padre de naciones”).

3. Las llaves eran bienes muy escasos e importantes en el antiguo Oriente. Eran un gran símbolo de poder. La concesión a Pedro de “las llaves del Reino de los Cielos” equivalen indudablemente al nombramiento de Pedro como Mayordomo de la Casa Real de Jesucristo, el Rey Mesías. Los precedentes bíblicos principales son el nombramiento de Eliakim como Mayordomo Real de la Casa de David en Isaías 22 y el de José como Visir de Egipto en Génesis 41. En los reinos del antiguo Oriente, los mayordomos reales no eran vulgares porteros, sino algo así como primeros ministros o representantes plenipotenciarios del rey. El cargo de mayordomo real era permanente, sujeto a sucesión.

4. Las expresiones “atar” y “desatar”, que hoy nos parecen un tanto oscuras, eran muy comunes en la literatura rabínica y su significado era clarísimo para los judíos contemporáneos de Jesús: “atar” equivale a prohibir o sancionar, mientras que “desatar” equivale a permitir o absolver. Jesús concede aquí a Pedro la suprema autoridad legislativa y judicial dentro de la Iglesia, Reino de Cristo.

Con base en estas y otras razones semejantes, eminentes teólogos protestantes de nuestra época (como Oscar Cullman, W. F. Albright y otros) reconocen que la exégesis católica tradicional de Mateo 16,13-19 es correcta y que los intentos protestantes de negar el primado de Pedro en la Iglesia apostólica se deben a prejuicios confesionales y equivalen a tratar de negar algo evidente.

viernes, setiembre 18, 2009

“Obrar la verdad” (Josef Pieper)


La prudencia, como base formal y “madre” de todas las virtudes humanas, es el troquel delicado pero firme de nuestro espíritu, que moldea el conocimiento de la realidad transformándolo en ejecución del bien. Encierra en sí la humildad del escuchar silencioso, es decir imparcial, la íntima fidelidad de la memoria, el arte de dejarse informar de algo, la serenidad ante lo inesperado. La prudencia es gravedad pausada y, por decirlo así, filtro de la reflexión, a la par que audacia frente a lo definitivo del decidir. Denota nitidez, rectitud, apertura, imparcialidad de ánimo por encima de todos los enredos y utilitarismos únicamente “tácticos”.

La prudencia es, como escribe Paul Claudel, la “sabia proa” de nuestra idiosincracia orientada a la perfección en la diversidad de lo finito.

En la virtud de la prudencia se cierra y sujeta el anillo de la vida activa de modo perfecto: al captar la realidad, el hombre interviene en ella, realizándose al propio tiempo a sí mismo en lo decidido y hecho. La hondura de todo esto se revela en una sentencia aparentemente extraña de Tomás de Aquino, según la cual la prudencia, virtud soberana del “gobierno” de la vida, consuma la dicha suprema del hacer.

La prudencia es esa luz de la existencia moral de la que uno de los libros más sabios del Oriente dice que le es rehusada a todo aquel que “se contempla a sí mismo”.

Hay una firmeza sombría y otra luminosa. La prudencia es la firmeza clara del que se ha decidido a “obrar la verdad” (Jn 3,21).

(Josef Pieper, Antología, Editorial Herder, Barcelona, 1984, pp. 65-66).

jueves, setiembre 10, 2009

Un encuentro con Dios


Daniel Iglesias Grèzes

Breve reseña del libro: André Frossard, Dios existe. Yo me lo encontré, Ediciones Rialp.

Dios quiere la salvación de todos y, de muchas maneras, busca cada día el encuentro con cada uno de nosotros. En algunas ocasiones, el encuentro con Dios en Cristo ocurre de manera súbita, con la fuerza de un rayo: una luz venida del cielo derribó a Saulo en el camino de Damasco (Hechos 9,3ss). Ese encuentro con Cristo resucitado convirtió al fariseo Saulo –perseguidor de los cristianos- en el Apóstol San Pablo.

Este libro de André Frossard, magníficamente bien escrito, es el conmovedor testimonio de una conversión instantánea. El autor narra con fineza y ternura la historia de su vida: educado en el ateísmo (“Éramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo”), a los veinte años Frossard encontró bruscamente a Dios “en una dulce y silenciosa explosión de luz”, cuando entró, para buscar a un amigo, a un templo católico de París. Ese encuentro operó en él una transformación espectacular: el muchacho insolente y rebelde se volvió un ser alegre, dulce y asombrado. Frossard nos dice en este libro, con la misma sorpresa del día de su conversión: “Dios existe, yo me lo encontré”. Mucho más que estar seguro de la existencia de Dios, le costó acostumbrarse a que Dios existía.

En el comienzo y en el centro de la vida cristiana está un acontecimiento: el encuentro con Cristo. Escuchemos a Frossard contar la forma que revistió ese encuentro en su caso:

“Estamos a 8 de julio. El verano es magnífico… No tengo penas de amor… No tengo angustias metafísicas… En fin, no siento curiosidad alguna por las cosas de la religión, que pertenecen a otra época.

Son las cinco y diez. Dentro de dos minutos seré cristiano.”

miércoles, setiembre 09, 2009

Recomenzar desde Cristo


Daniel Iglesias Grèzes

Según datos publicados en 1993 por la Vicaría Pastoral de la Arquidiócesis de Montevideo, el promedio de los participantes de la Misa dominical en Montevideo en los tres años anteriores fue de unas 48.000 personas. Esto significa que sólo un 3,5% de los montevideanos participaba de la Misa dominical. No parece que ese porcentaje haya aumentado desde entonces.

Ese bajo porcentaje expresa el cambio ocurrido en nuestra ciudad y en la mayor parte de Occidente durante los últimos 50 años. Las estadísticas demuestran que los cristianos hemos vuelto a ser una minoría en una ciudad y un mundo descristianizados.

Habría mucho para reflexionar acerca de las causas de la caída numérica de los fieles católicos practicantes o militantes. Los “integristas” culpan de esa caída al Concilio Vaticano II y sus novedades, mientras que los “progresistas” no se preocupan mayormente de ella y piensan que la Iglesia nunca ha estado mejor que ahora, salvo en los primeros tres siglos de la era cristiana. Por mi parte, pienso que el porcentaje citado es preocupante y que refleja una crisis de fe. En unión con el Magisterio de la Iglesia, me adhiero al Concilio Vaticano II, pero pienso que éste ha sido a menudo mal aplicado por muchos en el período post-conciliar (sobre todo en los primeros 20 años: 1965-1985).

Sabemos que Cristo está siempre presente en Su Iglesia y que ella ha de participar plenamente del triunfo de su Señor y Esposo al final de los tiempos; pero no sabemos a través de qué vicisitudes históricas deberá pasar la Iglesia antes de alcanzar ese triunfo final. Puede ocurrir que una generación de cristianos no esté a la altura de los desafíos que su época plantea a su fe.

No cabe añorar un imposible regreso hacia atrás, hacia la cristiandad perdida. Incluso cabría sospechar que esa cristiandad no era tan sólida como parecía, puesto que, en algunos casos (por ejemplo en Holanda) se desmoronó con tanta rapidez. La vida cristiana es a la vez un don y una lucha o combate espiritual. Tenemos que volver a empezar nuestra lucha, llenos de esperanza. ¿Y desde dónde podríamos recomenzar sino desde Cristo, que se nos da totalmente en la Eucaristía, a la cual el Concilio Vaticano II llama fuente y cumbre de la vida eclesial (cf. Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, n. 10)? Ya lo dijo el Señor en la Última Cena: “separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5). Si nos alejamos de Cristo, nuestros proyectos se convierten en simples utopías humanas, inalcanzables o decepcionantes.

Volvamos pues a la fuente de la Gracia, al Pan de Vida que alimenta nuestra fe y nos da la fuerza necesaria para seguir a Jesucristo y cumplir nuestra vocación y misión. Recomencemos desde ese 3,5%: desde la comunión con Cristo.

martes, setiembre 08, 2009

13ª regla para sentir con la Iglesia (San Ignacio de Loyola)


“Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina (*); creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro que dio los diez mandamientos es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia.”

*) (…) Nótese que Ignacio no dice que debamos creer que es negro lo que es blanco, sino “lo blanco que yo veo”… No se trata, pues, de negar la evidencia natural o moral, sino de no absolutizar la realidad tal como es aprehendida por el hombre falible. Ignacio demuestra su adhesión al magisterio de la Iglesia, regida y gobernada por el Espíritu Santo.

(Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Introducción, texto, notas y vocabulario por Cándido de Dalmases, S.I., 2ª edición, Editorial Sal Terrae, Santander, 1990, p. 183).

domingo, setiembre 06, 2009

El Concilio Vaticano II y la condena de los errores


Daniel Iglesias Grèzes

El teólogo italiano Giuseppe Ruggieri integra la llamada “Escuela de Bolonia”, considerada por muchos como una destacada defensora de la “hermenéutica de la discontinuidad” (con respecto al Concilio Vaticano II). Dicha hermenéutica fue rechazada por el Papa Benedicto XVI en su discurso a la Curia Romana de fecha 22/12/2005. En este artículo comentaré un párrafo de un artículo de G. Ruggieri. Éste, adhiriéndose a una tesis del historiador John W. O’Malley SJ, dice lo siguiente:

“Abandonando el género jurídico-legislativo, tomado en préstamo de la tradición jurídica romana, de los concilios precedentes, que alcanzaban en los cánones de condena su punto álgido, el Concilio Vaticano II renunció a la condena de los errores y retomó de la antigüedad clásica el modelo del “panegírico”, que pinta un retrato ideal idóneo para suscitar admiración y apropiación.” (Giuseppe Ruggieri, Lucha por el Concilio, en: Cuadernos Vianney, Nº 25, Montevideo, Mayo de 2009, p. 41).

Veamos qué dice realmente la letra del Concilio Vaticano II acerca de este asunto.

En primer lugar, subrayo que el Vaticano II, al hablar del respeto y el amor debidos a los adversarios, trató explícitamente el tema de la condena de los errores en general, sosteniendo una tesis contraria a la de O’Malley y Ruggieri:

“Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.

Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa. Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás.”
(Concilio Vaticano II, constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, n. 28; énfasis agregado por mí).

En segundo lugar, destaco que el Vaticano II practicó el criterio general recién expuesto, condenando explícitamente varios errores particulares. Veamos algunos ejemplos:

1. Condena del marxismo (1)

“Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público.

La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.”
(Ídem, nn. 20-21; énfasis agregado por mí).

2. Condena del secularismo

“Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. (…)

Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. (…) Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida.”
(Ídem, n. 36).

3. Condena del aborto, la esterilización y la anticoncepción

“El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por ciento tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro.

Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede hacer contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal.

Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina, reprueba sobre la regulación de la natalidad.
(Ídem, n. 51; énfasis agregados por mí).

4. Condena del falso irenismo en el diálogo ecuménico

“La manera y el sistema de exponer la fe católica no debe convertirse, en modo alguno, en obstáculo para el diálogo con los hermanos. Es de todo punto necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido.” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, n. 11).

Por útimo, destaco que el Vaticano II se adhirió explícitamente a la doctrina de los Concilios de Trento y Vaticano I, solidarizándose así también, implícitamente, con sus anatemas:

“El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto, siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, n. 1).

En síntesis: ciertamente es verdad que en el Concilio Vaticano II tuvo lugar un cambio en las formas de expresión de la doctrina católica, pero también lo es que ese cambio no afecta sustancialmente el sentido y el alcance de esa doctrina, incluyendo la condena de los errores graves en materia religiosa y moral, doctrina que es y permanece inmutable (cf. Papa Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962). Aunque es verdad, como dijo el Beato Papa Juan XXIII, que hoy la Iglesia, al combatir los errores, “prefiere usar más el remedio de la misericordia que el de la severidad” (Íbidem), esto no implica renunciar a dicha severidad cuando es necesaria, ni mucho menos renunciar a combatir los errores.

La tesis de que el Concilio Vaticano II renunció a la condena de los errores sólo puede sostenerse apelando a un vago y falso “espíritu del Concilio” y olvidando su letra, en la cual se encarna su verdadero espíritu.

Por lo demás, el magisterio de los Papas post-conciliares siguió practicando con frecuencia la condena (es decir, el rechazo firme y severo) de los errores doctrinales y morales. Enumeraré sólo siete ejemplos, pero esta lista podría prolongarse mucho con suma facilidad:

a) La encíclica Humanae Vitae (Papa Pablo VI, 1968) condenó la anticoncepción.
b) La instrucción Libertatis Nuntius (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984) condenó varios aspectos de la “Teología de la Liberación”.
c) La instrucción Donum Vitae (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1987) condenó la reproducción humana artificial.
d) La encíclica Centesimus Annus (Papa Juan Pablo II, 1991) renovó la condena del liberalismo y del socialismo.
e) La encíclica Veritatis Splendor (Papa Juan Pablo II, 1993) condenó varios errores en materia de teología moral fundamental.
f) La encíclica Evangelium Vitae (Papa Juan Pablo II, 1995) renovó solemnemente la condena del aborto y de la eutanasia.
g) La declaración Dominus Iesus (Congregación para la Doctrina de la Fe, 2000) condenó solemnemente varios errores que atentan contra la unicidad y la universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia.


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1) En ambos extremos del espectro teológico (tanto el del “progresismo” radical como el del “integrismo” de corte lefebvrista) se suele afirmar que el Concilio Vaticano II no condenó el comunismo. Los progresistas radicales se congratulan de esa supuesta omisión del Vaticano II, mientras que los lefebvristas la deploran. Sin embargo, como atestigua claramente el texto citado a continuación, tal omisión no existió.