miércoles, setiembre 09, 2009

Recomenzar desde Cristo


Daniel Iglesias Grèzes

Según datos publicados en 1993 por la Vicaría Pastoral de la Arquidiócesis de Montevideo, el promedio de los participantes de la Misa dominical en Montevideo en los tres años anteriores fue de unas 48.000 personas. Esto significa que sólo un 3,5% de los montevideanos participaba de la Misa dominical. No parece que ese porcentaje haya aumentado desde entonces.

Ese bajo porcentaje expresa el cambio ocurrido en nuestra ciudad y en la mayor parte de Occidente durante los últimos 50 años. Las estadísticas demuestran que los cristianos hemos vuelto a ser una minoría en una ciudad y un mundo descristianizados.

Habría mucho para reflexionar acerca de las causas de la caída numérica de los fieles católicos practicantes o militantes. Los “integristas” culpan de esa caída al Concilio Vaticano II y sus novedades, mientras que los “progresistas” no se preocupan mayormente de ella y piensan que la Iglesia nunca ha estado mejor que ahora, salvo en los primeros tres siglos de la era cristiana. Por mi parte, pienso que el porcentaje citado es preocupante y que refleja una crisis de fe. En unión con el Magisterio de la Iglesia, me adhiero al Concilio Vaticano II, pero pienso que éste ha sido a menudo mal aplicado por muchos en el período post-conciliar (sobre todo en los primeros 20 años: 1965-1985).

Sabemos que Cristo está siempre presente en Su Iglesia y que ella ha de participar plenamente del triunfo de su Señor y Esposo al final de los tiempos; pero no sabemos a través de qué vicisitudes históricas deberá pasar la Iglesia antes de alcanzar ese triunfo final. Puede ocurrir que una generación de cristianos no esté a la altura de los desafíos que su época plantea a su fe.

No cabe añorar un imposible regreso hacia atrás, hacia la cristiandad perdida. Incluso cabría sospechar que esa cristiandad no era tan sólida como parecía, puesto que, en algunos casos (por ejemplo en Holanda) se desmoronó con tanta rapidez. La vida cristiana es a la vez un don y una lucha o combate espiritual. Tenemos que volver a empezar nuestra lucha, llenos de esperanza. ¿Y desde dónde podríamos recomenzar sino desde Cristo, que se nos da totalmente en la Eucaristía, a la cual el Concilio Vaticano II llama fuente y cumbre de la vida eclesial (cf. Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, n. 10)? Ya lo dijo el Señor en la Última Cena: “separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5). Si nos alejamos de Cristo, nuestros proyectos se convierten en simples utopías humanas, inalcanzables o decepcionantes.

Volvamos pues a la fuente de la Gracia, al Pan de Vida que alimenta nuestra fe y nos da la fuerza necesaria para seguir a Jesucristo y cumplir nuestra vocación y misión. Recomencemos desde ese 3,5%: desde la comunión con Cristo.

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