jueves, enero 21, 2010

Cuando pasen los siglos (Fernando Díaz Gallinal)


Cuando pasen los siglos, los pobladores de la Tierra se olvidarán de que existió una vez el Premio Nobel. Se olvidarán de Bill Gates y de la guerra de las colas, de Internet y del Puente Aéreo. Nadie sabrá entonces a cuánto cotizaban los bonos del Tesoro estadounidense el 1º de marzo de 1996, ni qué eran los bonos del Tesoro, ni los Estados Unidos. Nadie sabrá tampoco que había una empresa llamada UTE, que nos cobraba la electricidad tres veces más de lo normal y por qué eso era así.

Se borrarán, con los siglos, las huellas de Atilio García y de Severino Varela en el Estadio, y las del Estadio Centenario en Montevideo, y las de Montevideo en Uruguay, y las de Uruguay en América. Se terminarán de diluir en los espacios las ondas que llevaron las voces de Solé, Heber Pinto, Víctor Hugo y el Toto da Silveira –y así se perderá la memoria de lo que fuimos.

Se irán las canciones de Carlos Gardel y las de Jaime Roos de las pastas de vinilo y de los compact-discs. Y sobre los adoquines desenterrados del Barrio Sur, un aire de invierno desconocerá que allí se calentaron lonjas o se fraguaron repiques bajo los dedos lastimados de los tamborileros. Y aunque los borrachos seguirán cantando Parisina, no sabrán en qué lengua estarán cantando, ni qué significa aquello de: tu risa sensual y loca como una flor. Para ellos será como para nosotros ahora el Gaudeamus igitur.

Entre las más lamentables pérdidas, se contarán los panchos con panceta, los chivitos y la mostaza de La Pasiva, las milhojas de Carrera y el pan con grasa de nuestras panaderías; y el asado de tira, de hueso fino, que preparaba Albertito Chiodi, en las noches de verano, para unos pocos escogidos.

Nadie en la Tierra recordará si esta temporada veraniega fue buena o mala y, tal vez, en unas ruinas cubiertas de monte bajo y abandonadas sobre el océano, un arqueólogo de orejas puntiagudas, como el señor Spock de Viaje a las estrellas, descubrirá una chapa herrumbrada en la que apenas podrán leerse estos caracteres: Punta del Este. Y no será capaz de descifrar qué cosa significaban esas tres palabras, escritas en una lengua ya muerta.

Se perderán los cuadros de Figari y los de Iturria, para desdicha de las generaciones futuras. Entonces, se encontrarán unos escritos especializados firmados por Julio María Sanguinetti y se creerá que era un crítico de arte, hombre de religión católica, según deducirán de su segundo nombre. El nombre de Mariano Arana, en cambio, figurará en la lista de virreyes del Río de la Plata, por una insignificante confusión de fechas y funciones.

Habrá un archivo de incógnitas, en el que se podrá consultar el significado más probable de palabras como jet-set, Rosa Luna, Pilsen, pajuerano, 0 km, banana split, Mercosur, La Reina de La Teja. Expresiones como “sale una a caballo” carecerán definitivamente de sentido.

Cosas distintas se dirán de forma distinta, y de las que ahora existen no quedará ni rastro. Cuando pasen los siglos, el viento nuclear quemará la tierra en la que yazcan nuestros cuerpos y habrá desaparecido hasta la memoria de nuestros nombres.

Pero, aunque todo eso se pierda, ni uno solo de los pequeños hechos que hicimos nosotros –los pequeños hombres que vivimos ahora nuestras vidas pequeñas-, dejará de estar lleno de sentido. Y hasta la más insignificante de nuestras intenciones sobrevivirá a la tormenta de los siglos.

Fuente: El Observador, 1996.

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